El regreso

2022-02-16

El día primero de febrero del 2022 los alumnos de la Universidad Autónoma del Estado de México regresamos por primera vez a Ciudad Universitaria para reanudar actividades presenciales.

Al saberse que el semestre invierno - verano 2022 sería completamente presencial, seiscientos ochenta y tres días después de que se declarara suspensión de labores presenciales por contingencia sanitaria, la incredulidad y escepticismo se hizo presente en las comunidades estudiantiles. Para muchos, el cinismo de esperar lo peor era un escudo ante la expectativa de recibir malas noticias. Para otros, abandonar el delicado capullo en el cual nos encerramos por casi dos para años para continuar nuestros estudios era impensable, pues la educación en línea podrá tener muchos obstáculos, pero la incomodidad no es uno de ellos.

Es difícil de describir el shock de regresar a un estilo de vida que muchos creíamos finado para bien. Dos años fueron suficientes no solo para dar por muerta la vida a la que todos estábamos acostumbrados, sino para pasar por todas las etapas de un duelo: negación, ira, negociación, depresión y finalmente aceptación. O al menos en teoría, pues creo que realmente nunca terminé de aceptar que la vida como la conocía ya se había terminado.

Sin embargo, el primero de febrero me levanté con un renovado espíritu de esperanza dentro de mí, un sentimiento que a todas luces ya había olvidado cómo sentir. Cuando llegué a la facultad, pude notar en los ojos de mis compañeros (puesto que el cubrebocas tapaba todo lo demás) la misma sensación que me invadía a mí: esto es claramente un sueño. Es difícil sacudirse ese sentimiento cuando te encuentras en un lugar tan conocido pero al mismo tiempo tan cambiado desde la última vez que lo viste. Adiós a las grandes multitudes congregándose en una mesa para jugar cartas. Lejos quedaron los días en los que la biblioteca se escucha como un estadio más que como un centro de estudio. Esto se debe en parte a las estrictas medidas de higiene impuestas, otro tanto simplemente fue olvidado como todo aquello que no se practica.

Si bien en un principio el regreso a clases presenciales se sintió como un salvavidas que nos regresaría a una vida que nos fue arrancada de las manos, después de dos semanas de clase me queda claro que la realidad no es tan simple. El mundo cambió, como suele hacerlo. Los últimos dos años han sido un ejercicio de aceptar las cosas que no podemos cambiar y el regreso a la vida presencial es nuestro examen final. Más que un contínuo lamento, ésto es un minuto de silencio por respeto a lo que perdimos. Aceptación. Pronta resignación, como decían los obituarios que por varios meses dominaron nuestro universo.

Las circunstancias no son las mismas, pero el calor humano que nos hizo falta sigue ahí, filtrándose entre los espacios estériles que cohabitamos.