Ya no quiero estar enojado
2021-04-08
Tengo 24 años y desde que tengo memoria siempre he estado enojado. El por qué no es importante, pues siempre hay una razón por la cual estarlo. De hecho, puedo presumir que a mi corta edad, tengo una colección envidiable de razones por las cuales estar enojado. Algunas de ellas son herencia familiar, pasando de generación en generación con el recelo que merecen las joyas más preciadas. Otras son enojos generacionales: política, calentamiento global, desigualdad social y económica por nombrar algunos. Y hay otras que de plano no sé cómo llegaron allí pero me da pena tirarlas.
El enojo es una reacción extremadamente humana, incluso argumentaría que es más humana que el amor, la amistad, la benevolencia y otras cosas bellas que de vez en cuando sacamos a relucir. ¿La razón? Es sencilla: enojarse es fácil. Cultivar una relación sentimental es como sembrar un árbol: requiere de tiempo, paciencia y compromiso. El enojo, en cambio, es la primera emoción que expresamos cuando el vientre materno nos expulsa a un mundo frío y confuso. Después, cuando crecemos, buscamos un nicho de personalidad a la cual aferrarnos y cuando lo encontramos, es imposible no querer demostrar nuestro amor al mismo odiando todo lo que consideramos opuesto a éste. Te gusta el fútbol pero odias al árbitro. Te gusta la música clásica y por ende odias el reguetón.
Y así, poco a poco, el enojo permea cada aspecto de tu vida. Te levantas enojado contigo mismo porque no dormiste lo suficiente. Te sirves el primer café de la mañana, salivando de anticipación por la primer noticia que te va a hacer enojar el día de hoy. Pero cuando te enojas, una amarga satisfacción te llena. Ante la sensación de impotencia, el enojo se siente como algo productivo. Recuerdas que estás en la semana 56 (cincuenta y seis) de cuarentena y sientes ese familiar nudo en el estómago. Y lo dejas correr. Dejas que siga su curso, que se propague como un incendio y que te arruine el día. "¡Estar calmado en ésta situación es antinatural!" te dices a ti mismo.
Hasta que te cansas. Estás exhausto, porque estar enojado es ir cuesta arriba de una colina con una mochila llena de piedras. Estar enojado es tomar una pastilla de cianuro y esperar que sea al objeto de tu enojo a quien le quemen las entrañas. Estar enojado es boxear con una pared o escupir hacia arriba y sorprenderte cuando te cae un gargajo en el ojo.
Ya me cansé de estar enojado. A partir de ahora, solo quiero estar enfocado, pues sólo enfocado es como puedo tomar el extintor de la pared para apagar el fuego que consume mi casa. Me permite discernir el celular que tengo en mi mano como lo que realmente es: una máquina de dinero para otras personas que se alimenta de mi atención, sea cual sea el costo de obtenerla. Solo el estar enfocado me permite darme cuenta de que mi enojo no solo me consume a mí, sino que lentamente envenena a las personas que me rodean. Que el odio solo genera más odio y a su vez, personas que buscan explotar ese odio para su propia agenda.
Te invito a hacer lo mismo. Antes de hacer una acción impulsiva nacida del odio, piensa como puedes llevarlo a cabo desde el punto de vista del amor y la empatía. Si vas a buscar las últimas noticias, hazlo para ponerte en los zapatos del otro. Sobre todo, tómate diez segundos para esperar a que el veneno salga de ti. El mundo es un lugar hostil y lleno de odio. Estás a solo diez segundos de cambiarlo.